miércoles, 28 de julio de 2010

Inti wasi y el vuelo del cóndor

El último finde de mayo me fui a Perú. Allí, procedentes de Santiago de Chile y Washington D.C., iban a llegar también Lucía y Javi para visitar a quien me aguantó (con permiso de Rebeca) más que nadie durante el máster: mi Edu, jeje.
Hubo quedada nocturna en el aeropuerto, ya que Luci y yo llegamos con poca diferencia. Edu nos recogió con su taxista de confianza para ir directos a su casa. Dio tiempo a poco más que comentar un poco qué tal nos iba la vida en nuestros respectivos destinos y echarnos a dormir, puesto que al día siguiente un vuelo bien madrugador nos acercaría a la ciudad de Cuzco.
Dicho y hecho, el viernes 28 se tocó diana temprano. Tras conseguir mis nuevos soles peruanos (la moneda local) y una pastilla para el mal de altura, rumbo a Cuzco (impresionantes las vistas al sobrevolar los Andes). ¿Pastilla para el mal de altura? Pues sí, resulta que la dichosa ciudad está por encima de los 3.000 metros de altura, así que al bajar del avión uno siente como si estuviera de resaca. Afortunadamente, una infusión a base de hoja de coca que nos ofrecieron en el hostal alivió los síntomas.


Salimos de excursión. Lo primero, una vista de la ciudad. Cuzco me resultó sorprendentemente grande. De ahí nos encaminamos a una especie de reserva de animales, donde admiramos algunas especies de la fauna local. Por supuesto, no podía faltar la gran estrella: el cóndor, el ave más grande de todo el continente. Posteriormente, y bajo una estúpida lluvia, anduvimos entre las ruinas de Pisaq.




Tras pasar con el coche por varios parajes del Valle Sagrado de los incas y una copiosa comida, regresamos a Cuzco ya de noche, lo cual no es extraño teniendo en cuenta que el sol se oculta sobre las 6 de la tarde.

Una ducha reparadora y un breve descanso en el hostal nos dieron fuerzas para salir a explorar la ciudad. Tras pasar por la Plaza de Armas, nos topamos en plena calle con una curiosa danza ejecutada por una serie de personajes disfrazados, con máscaras al más puro estilo V de Vendetta, al son de una música muy pegadiza. Después del espectáculo, fuimos a cenar y nos retiramos al lecho temprano: al día siguiente venía el plato fuerte, la subida a Machu Picchu.

El viaje de ida resultó emocionante: un taxi a la carrera, Edu emulando a Elizabeth Swan, un autobús por un un camino estrechito y un último tramo en tren, ese sí, para disfrutar.


La subida... cómo decirlo. La subida a pie es una putada. Son infinitos escalones de piedra que suben por la ladera de la montaña entre una bonita vegetación, una humedad del carajo y un calor infernal (cierto es que si subes más temprano, el calor no es tanto). Aquello fue toda una prueba de resistencia física. Eso sí, cuando llegas arriba... aquello es espectacular. Tuvimos además la suerte de que brillara un sol radiante, haciendo que el paisaje luciera precioso.


Después de disfrutar del día allí arriba, la bajada se hizo mucho más corta. El resto de la jornada y el viaje de vuelta se hicieron un poco más duros por los horarios y cogimos la cama con gran gusto.

El domingo por la mañana lo dedicamos a ver un poquito de Cuzco: la Plaza de Armas, el mercado, etc. A mediodía, vuelo de regreso a Lima. La tarde la empleamos en visitar el barrio de Barranco y tomarnos unos pisco sours por Miraflores (los nombres se repiten con frecuencia, al parecer).

De madrugada y aún bajo los efectos de los pisco sours me tocó levantarme para volver a Panamá. El lunes por la mañana llegué y directo a trabajar, pero mi mente estaba todavía en Perú... ¡qué viaje!

jueves, 8 de julio de 2010

Y Vicente siguió los pasos de Colón

Después de más de dos meses de silencio, vuelve con una nueva entrada y sentimientos encontrados el blog más pirata y dicharachero de Barrio Marbella.
En mayo tuve la visita de mi padre. Quince días que me hicieron mucho bien y en los que aproveché también para conocer nuevos lugares de la geografía panameña.
Tras un primer fin de semana marcado por el Censo (esto daría para escribir casi otra entrada, con su ley seca, su prohibición bajo amenaza de arresto de no salir a la calle hasta estar censado, la paralización del país durante un día entero para contarlos a todos, etc.), el segundo pusimos rumbo a la provincia de Chiriquí.


Los chiricanos tienen fama de orgullosos y las chiricanas de ser 'ganado bravo'. Pero no era esa la razón por la que nos decidimos a explorar esta región.
Chiriquí es una curiosa combinación de playa y montaña. Quizá esta última es la que brinda mayor fama a la región, en especial pueblos como Boquete, donde se celebra la Feria del Café y las Flores, los productos más típicos y de mayor renombre de la zona. Allí nos dirigimos la primera noche. Boquete está enclavado en un bonito valle en mitad de las montañas, gracias a lo cual también las temperaturas son notablemente más frescas que en la ciudad de Panamá. Llovía y estaba oscuro, por lo que, tras cenar y tomar una cerveza en sendos hoteles preciosos, nos fuimos a dormir.


A la mañana siguiente amaneció soleado y pudimos visitar un jardín de flores abierto al público. Puesto que no estábamos dispuestos a adentrarnos a pie en los bosques, cogimos el coche para dirigirnos al pueblo de Volcán, situado al otro lado del volcán Barú, desde cuya cima se dice que en un día despejado se pueden apreciar tanto el océano Pacífico como el Atlántico. Hicimos un alto en el camino en un hotel espectacular para comer mientras veíamos la final de la Champions.



Llegando a Volcán y Cerro Punta no paraba de caer agua. Pasamos con el coche por ambos pueblos, bien pequeños los dos. A pesar de estar rodeados por un paisaje muy bonito, las opciones de disfrutarlo con aquella lluvia eran pocas, por lo que decidimos bajar la montaña y llegar a la playa de la Barqueta, a probar mejor suerte con el tiempo.
Aproximadamente dos horas y media más tarde llegamos al hotel Las Olas. Es de lo más parecido a un resort de Caribe que he visto en Panamá. Salvo el gran número de mosquitos que había, por lo demás todo perfecto: habitaciones espaciosas, terraza con vistas al mar, bar, restaurante, gym, piscinas, playa privada, un pequeño lugar con agua y tortugas... El domingo incluso madrugué para nadar en la piscina antes de ponerme ciego en el desayuno.


Nos dimos un pequeño paseo por la playa y nos dirigimos a otra región costera: Boca Chica. Esta zona está como muy virgen y apenas encontramos un embarcadero, donde cogimos un bote que nos cruzó a la isla de Boca Brava. Allí comimos y disfrutamos del paisaje.


Por la tarde pusimos rumbo a David, la segunda ciudad más importante del país y capital de Chiriquí. Decir que el edificio más alto tiene 6 plantas resume un poco lo que se puede esperar de la ciudad, muy alejada en dimensiones de lo que es Panama City. Pasamos la tarde dando una vuelta por la ciudad, cenando en uno de los hoteles más conocidos y poco más. Había que madrugar mucho para coger el vuelo de primera hora de regreso a Panamá la mañana siguiente...