lunes, 9 de agosto de 2010

El espantatiburones en Coiba

El último finde de julio por fin hice uno de los viajes que más ganas tenía de hacer: Coiba. Este es el nombre que recibe la isla más grande de Panamá enclavada en el Parque Nacional del mismo nombre. Durante años la isla albergó también una prisión con lo mejorcito de cada casa panameña allí reunido.

La emoción venía porque me habían dicho que era uno de los sitios más bonitos del país y además que el buceo era espectacular.

El camino era largo. Unas seis horas de carretera nos esperaban. Había que ir por la Interamericana hasta Santiago (que además eran las fiestas patronales) y de ahí poner rumbo a Santa Catalina (una de las playas más conocidas para la práctica del surf), donde dormiríamos, no sin antes pasar por Soná (para los fans de Prison Break, decir que no vi ninguna cárcel allí).

El viernes llegamos a tiempo para irnos directos a dormir. A la mañana siguiente había que madrugar para ir a bucear.

Dicho y hecho, el sábado tempranito arriba para enchufarse un buen desayuno que nos diera energías para el día y, tras equiparnos pertinentemente, nos distribuimos en tres botes: dos de buceadores y otro más de gente para hacer snorkel.
Primera inmersión. Después de unos ocho meses sin bucear, tuve algún contratiempo con el asunto de sumergirme. Una vez superado, comenzaba la aventura. Desafortunadamente, el agua andaba bastante turbia y no había muy buena visibilidad. A pesar de ello, todo el mundo vio varios tiburones, rayas, morenas, bancos de peces, corales... ¿Todo el mundo? No. Yo no vi ni un solo tiburón.
De camino a isla Coiba, donde íbamos a almorzar, nos topamos con algunas ballenas. Todo un espectáculo. Era como estar dentro de uno de esos documentales que uno se ponía para echarse la siesta en La 2. Una vez en la isla, el paisaje no desmerecía en absoluto. A pesar de que el día estaba gris, uno podía darse cuenta de estar admirando un lugar único.

Durante la comida (unos sandwiches compartiendo buenamente lo que cada uno había traído) todos comentaban que si habían visto tal o cual tiburón, que si cuántos habían visto. Y yo estaba que trinaba: era el único pringao que no había visto ninguno. ¿Huirán de mí? ¿Seré la reencarnación del personaje de dibujos animados?


Segunda inmersión. César, el instructor de buceo que fue mi profe, me dice que no me separe de él. Apenas hemos llegado al fondo y por fin lo veo: un tiburón de punta blanca. Ya soy feliz. Descubro que las gafas se me empeñan con demasiada frecuencia, lo que hace que no vea tres en un burro. Quizá por eso antes no había visto nada. Seguimos buceando. Vemos morenas, peces de colores increíbles, coral espectacular...



Regreso a Santa Catalina. Ducha. Tormenta y lluvia torrencial. Spaghetti con langosta para cenar en un chiringuito junto a la playa mientras diluvia fuera. Regreso al hostalillo. Que corra el ron. A dormir, que no queda hielo.

Domingo, 7 am. Un .... se dedica a cortar un tronco con una motosierra debajo de nuestra ventana. ¿Nadie le ha explicado que eso no se hace? Desayuno copioso. Ainara, Víctor y yo nos decidimos por un paseo por la playa de Santa Catalina. Es enorme. Comemos en un restaurante que encontramos por allí.

A las 4 estábamos montados en el coche camino de Panamá. Cinco horitas después nos sentábamos a cenar en la capital. En resumen, a pesar de la mala visibilidad bajo el agua y el cielo gris, un sitio que merece mucho la pena.


P.S.: Si alguno habla con mi padre, no es necesario que le comentéis que estuve buceando con tiburones. Dormirá más tranquilo. Gracias.

martes, 3 de agosto de 2010

Ser español no es una excusa, es una responsabilidad

Y siguiendo con el fútbol, con el mes de junio llegó el gran acontecimiento del año: ¡¡el Mundial de Sudáfrica!! Tras la victoria en la Eurocopa de Austria y Suiza en 2008 y el gran juego demostrado en los dos últimos años, España partía como una de las grandes favoritas, cosa que no me hacía demasiada gracia.

Un capítulo aparte merece el cómo se vive un mundial en Panamá. Aquí todo panameño se identifica con un equipo. Brasil es la que más seguidores tiene, seguida de Argentina. A partir de ahí, de todo podía encontrarse uno. En cada semáforo se venden banderas de todos los países, que la gente coloca en las ventanillas y en el interior de sus coches, convirtiendo por un mes las calles en un crisol multicolor.

Los negocios también se decoran con banderas de los países participantes en el mundial: restaurantes, bares, centros comerciales... Las compañías aprovechan para sacar promociones relacionadas con el evento por doquier. Y por supuesto, todo el que podía se escaqueaba del trabajo para ver los partidos, quien no tenía una pantalla en la propia oficina. Aparte de que ir a trabajar con la camiseta de tu equipo favorito es lo más cool (me di cuenta el día que fui al banco y me atendió una señorita con la camiseta de Brasil).

Y los días de partido... ¡qué decir de los días de partido! El lugar que más frecuenté fue la taberna irlandesa de Bennigan's. Allí, una horda de azafatas ofrecían merchandising de lo más variado: gafas, gorros, globos, etc. de marcas de coches, telefonía móvil, cerveza... Un local con capacidad para unas 500 personas y más de 15 pantallas se llenaba a reventar para casi cualquier partido, especialmente en fines de semana y a partir de los octavos de final.


Tras quedarme solo en casa viendo perder a España contra Suiza, el partido contra Honduras lo vimos en la Taberna del Canal, enfrente del centro de visitantes del Canal de Panamá. Después de la victoria, Nacho y yo dimos todo un repertorio de 'olés' por toda la cinta costera a vehículos y transehúntes desde el coche de Víctor, que no paraba de negar con la cabeza mientras conducía.

El decisivo partido contra Chile y los octavos de final contra Portugal los vi en Bennigan's. El local lleno hasta la bandera.


Para el partido de cuartos contra Paraguay, al caer en sábado, se organizó algo especial: barbacoa en casa de Pía, otro de los españoles afincados por estas tierras (mil gracias por la hospitalidad). Nos juntamos cerca de 30 personas en la terraza para ver el partido. Con la parada del penalty de San Iker acabé en la piscina para celebrarlo. Tanto, que casi ni vi el penalty a Villa a favor de España en la jugada siguiente. Todos sabemos cómo acabó esa jugada... El gol de Villa ya cerca del final fue un alivio que dio paso a la celebración, formación de castillos humanos en la piscina, tirar a todo bicho viviente al agua, ron...


La semifinal contra Alemania fue para sufrir en silencio, todos bastante desperdigados. Yo acabé en casa de Carles con un pequeño grupito viendo ese cabezazo de Puyol que nos metía en la primera final de un Mundial. ¡Grandioso! Ataviado con mi camiseta y mi bandera, me di un buen paseo para lucir orgulloso la rojigualda por las calles de Panamá antes de llegar a casa.

Y llegó el día de la final. El ya famoso pulpo Paul nos había dado vencedores contra Holanda. ¿Pero quién dice que un pulpo es más fiable que Rappel?


Nuevamente, para la final se organizó quedada en casa de Pía. Cerca de 40 personas allí reunidas. Yo llevaba nervioso días. Creo que no me pude sentar en todo el partido. Bebía cerveza para calmar los nervios. Comí algo en el descanso, tratando de olvidar lo complicado que se estaba poniendo el partido. España dominaba, pero a la contra Holanda era muy peligrosa. Final del partido y sigue el empate a cero. Prórroga. Más nervios. España tiene ocasiones, pero Holanda alguna también. Minuto 112: ¡gol de Iniesta! ¡¡¡¡Goooooooooollllllllllllllllllllll!!!!! Se desata la locura. Salto, grito, me abrazo a todo el mundo, doy besos, la cerveza vuela por el aire... Es increíble, toda la tensión liberada en un momento de júbilo desbordado. Unos minutos más. ¡Final! ¡¡Somos campeones del mundo!!


La celebración posterior, con una réplica de la Copa del Mundo llena de ron, fue similar a la del día de los cuartos: piscina, castillos, gente al agua...


Al día siguiente me pasé la tarde entera pegado al ordenador siguiendo por internet la retansmisión de la celebración. No podía creerlo. España, después de ser campeona del mundo en varios deportes, tanto a nivel individual como colectivo, conseguía ser también campeona en el deporte que más pasiones levanta en el país: campeones del mundo de fútbol. Estuve en Colón hace dos años vibrando con la Eurocopa. Esta vez, con el mayor éxito del fútbol español, y me pilla tan lejos. ¡Si lo hubiera sabido me habría ido antes!


¡Grande la Roja! ¡Viva mi España!

Pasión por unos colores

Obviamente, no podía dejar de hacer mención al deporte rey en este año, que si lo llego a saber me voy antes de España.

Cuando salí de la tierra patria dejé a mi amado Atleti en horas aciagas, con un juego triste y sin ningún rumbo que no auguraba nada bueno para esta temporada. Pero hete aquí que, tras lograr en Liga poco más que salvar la categoría sin apuros, este equipo, capaz de lo mejor y de lo peor, se convirtió en mayo en el único equipo español presente en tres competiciones. Y no sólo eso, sino que se plantó en dos finales: la de la Europa League y la de la Copa del Rey.

Qué decir de eliminatorias como la del Recreativo de Huelva o la del Liverpool de nuestro querido Niño Torres. Tremendas alegrías para una afición demasiado acostumbrada a sufrir.
El 12 de mayo de 2010 pasará a la historia del club por la victoria en la final de la Europa League ante el Fulham inglés. El Atlético de Madrid volvía a ganar un título europeo 48 años después. Y yo en Panamá. Catorce años sin poder celebrar un título, y cuando toca uno estoy a más de 8.000 km de distancia. Vi el partido en una taberna irlandesa con Nacho (otro buen atlético) y Víctor. El grito que metimos con el segundo gol de Forlán se oyó en todo el restaurante, pero es que no era para menos. Al día siguiente no pude despegarme del ordenador viendo la retransmisión de la celebración por internet (gracias a todos los que me mandasteis fotos y vídeos de ese día).


Una semana después, el mismo día de mi cumpleaños, el Atleti caía en la final de la Copa del Rey ante el Sevilla. Hubiera sido increíble empezar la temporada de forma tan horrorosa y acabar haciendo doblete. Pero lo realmente impresionante fue el comportamiento de la afición que se desplazó al Camp Nou ese día: media hora después de terminado el partido, con el Sevilla celebrando el título, los aficionados del Atleti no se movían de su sitio y seguían cantando y animando al equipo, agradeciéndoles por hacernos soñar, y fieles a un sentimiento por el que siempre lucharán. Bendita afición.